Muerte de un funambulista
Escondido en el convento de Santo Domingo, Filangieri pasó la noche del 30 de mayo de 1808, el muy ilustrado hideputa, rezando con recién redescubierto fervor. Difícil saber si lo que más le inquietaba era el papelón de haber perdido el mando de su incumbencia, o el que desde la ciudad, en manos de la anarquía, no llegase apenas ruido de anarquía. Lo que seguro que le pedía al niño Jesús era que no le viniesen a buscar.