martes, 12 de enero de 2010

Lo que pasa por dejarlo todo para última hora


Preparación. Cualquier relato del Día-D hablará largo y tendido de su prolongada y meticulosa preparación. Unidades especiales, puertos artificiales, kilómetros de fotos aéreas, tanques diseñados ex profeso, millones de toneladas de pertrechos y hasta revistas francesas de geología… “Estáis a punto de embarcaros en una gran cruzada, en preparación de la cual nos hemos esforzado todos estos meses”. Así comenzaba Eisenhower su orden del día para el Día-D. Mentía como un bellaco.

Todos esos meses durante los cuales los soldados, aviadores y marinos de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas se habían estado esforzando para llevar a buen puerto su cruzada no pasaron de 4, y eso los que tuvieron suerte.
Desde luego los británicos habían estado preparando el tema desde el día después de Dunkerke. Antes de que acabase aquel verano ya habían formado el Combined Operations Command para que se encargase –además de lanzar raids de Commandos con los que alimentar la industria del entretenimiento para los siguientes 100 años– de desarrollar las técnicas de guerra anfibia necesarias para el día en que hubiera que volver al continente.
Los norteamericanos también habían estado a ello prácticamente desde el día después de Pearl Harbor, aunque les había llevado un par de meses hacer que la idea general de ir a Europa, desembarcar por las bravas y partirle la cara a la Wehrmacht todo el camino de vuelta hasta Berlín se plasmase en un documento coherente –el Marshall Memorandum, que daría pie al famoso Germany First– que presentar a sus aliados británicos.
Estos se escandalizaron bastante al leerlo ya que cuando los yanquis hablaban de ir a Europa se referían a ese mismo verano y la Wehrmacht a la que había que partirle la cara aún no había pasado por el saludable influjo de Stalingrado y Kursk.
En realidad el Marshall Memorandum hablaba del 1 de abril del 43, como muy temprano, y admitía abiertamente que era poco probable que los EE.UU. tuvieran mucho más de 3 divisiones y media y 700 aviones en Inglaterra para el otoño del 42. De todos modos daba igual, porque no contaban con tener arqueo suficiente para sostener mucho más de cinco divisiones al otro lado del canal en esas fechas. Pero como el memorándum incluía la provisión de una invasión aquí te pillo aquí te mato en otoño si los rusos parecían al borde del colapso –el famoso plan Sledgehammer– ha pasado a la Historia la noción de que los pobres norteamericanos, ingenuos ellos, estaban dispuestos, –ansiosos–, por saltar a la picadora de carne, menos mal que los británicos, siempre más sensatos, les sacaron la idea de la cabeza.
La ironía del asunto está en que uno de los principales proponentes de lanzar media docena de divisiones sobre el Cotentin ese otoño y atrincherarse allí a pasar el invierno era Mountbatten y su mafia de Operaciones Combinadas. Tras la entrada yanqui en guerra, quien más quien menos, Brooke incluido, había jugueteado con la idea de un desembarco en Francia en el 42, al menos hasta que el desastre de Tobruk les había hecho replantearse la auténtica dificultad de batir a campo abierto a un ejército alemán en buena forma, y el de Dieppe lo crudo que era asaltar una costa defendida.
Habrían de librarse unos cuantos Stalingrados y Kursks de despacho y conferencia al más alto nivel, mientras cada cual maniobraba para encontrar la postura que se le hacía más cómoda, para que finalmente la idea de invadir Francia en 1942 acabase en la nevera. Al menos la Francia continental ya que los Aliados optaron, no sin otra ronda de Stalingrados de despacho, por el curso, mucho más sensato –y más provechoso a la larga–, de atacar las colonias norteafricanas francesas.
Torch, y sus consecuencias inevitables, sin embargo, eliminaron de raíz la posibilidad de invadir Francia en 1943. Esto escoció a los yanquis y también a los rusos, que siguieron insistiendo en que “segundo frente” era una invasión de Francia y que no cambiaban tres paquetes de Torch por uno de Overlord. Probablemente a fin de darles la impresión de estar haciendo algo, entre compromisos algo vagos, en abril de 1943 alguien entró en el despacho de un general inglés bastante anodino, Frederick Morgan, y le dijo al pobre tipo algo así como: “oye, Fredy, enróllate y planéanos una invasión de Europa”.


Frederick E. Morgan, el General inglés
menos conocido desde Sir John Norreys.

Morgan, diligente, se puso a ello. Aunque admitiese después en sus memorias, quizás con falsa modestia muy inglesa, que no creía posible la invasión en aquellas circunstancias, probablemente también albergara la secreta esperanza de que, siendo el autor del plan, le dejarían ponerlo en práctica, convirtiéndolo, de facto, en el general inglés más importante desde Wellington (o al menos en el jefe de estado mayor de quien lo pusiera en práctica lo que le convertiría en el jefe de estado mayor inglés más importante desde DeLancey). Por desgracia el puesto ya estaba cubierto.
Cuando en Teherán, y ya estamos a diciembre del 43, se decidió en firme que ahora sí que sí la invasión se lanzaría en la primera semana de mayo de 1944, Stalin, siempre tan puñetero, preguntó como quien no quiere la cosa si se sabía ya quien iba a mandar el circo. Ni Churchill ni Roosevelt lo sabían. Aún no se había avanzado tanto como eso en la planificación de la operación militar más larga y meticulosamente preparada de la guerra a 5 meses vista de su inicio. El Padrecito, sin levantar una ceja, repuso: “Conviene que lo vayan decidiendo, la verdad es que el tiempo se les está echando encima”.
Cuando Stalin dice "bailen", un hombre sensato, ya se sabe, baila.


El hombre del plan
Un mes más tarde, –y ya sólo quedaban cuatro–, al fin, los Aliados trajeron desde el Mediterráneo a sus cabezas de cartel para ponerse al mando de la invasión. Eisenhower y Montgomery, que traía su propio DeLancey (que también tenía un apellido compuesto que empezada por De), fueron puestos al corriente del plan de Morgan, o plan COSSAC, que era lo más parecido que tenían los aliados en ese momento a un plan de invasión.
Ike ya se lo había leído en algún rato tonto durante la campaña de Italia. A Monty le pillaba de nuevas cuando Churchill se lo endosó en una cena de las suyas en Marrakech la Nochevieja de 1943. Después de leerlo detenidamente, Monty usó el plan de Morgan para poco menos que limpiarse el pompis con él. Así las cosas no es de extrañar que el pobre Morgan nunca pasara a la Historia.
Teniendo en cuenta que los ponían al volante de la operación militar más importante de la historia contemporánea a 4 meses vista de su fecha prevista, lo cierto es que Monty y Eisenhower se lo tomaron con calma, por no decir pachorra. Para empezar, Monty, que había aprendido algunas cosas –entre otras a no perder una batalla que ningún otro general no hubiera podido ganar según las malas lenguas–, se puso a hacer cambios –por lo demás bastante sensatos– al plan de Morgan.
Este había propuesto una invasión en tres playas, a división por playa (y dos más preembarcadas en lanchas de asalto para explotar la brecha), en un frente de ataque de unos 12 kms. Era un plan de mínimos porque aunque Morgan era un tipo razonablemente heterodoxo que se bajaba de vez en cuando al pub enfrente del cuartel general donde escribía el plan para comentar con los parroquianos sus ideas sobre una invasión de Francia, se vio obligado a planear a partir de las escasas fuerzas disponibles en Inglaterra en el verano del 43. Le faltó imaginación para adivinar que, llegado el momento, la operación contaría con suficiente apoyo político como para contar con prácticamente cualquier medio que se pudiese pedir. Monty, que lo tenía mucho más claro, dijo que hacía falta más frente y, por tanto, más playas. Y, efectivamente, se las dieron.
Idea poco original (atacar en un frente más amplio y con más fuerzas), enunciada la última semana de enero, a tres meses vista de la fecha prevista del estreno, hubo quien la vio demasiado original. Más que nada porque si por entonces aún no se sabía seguro si habría lanchas suficientes para el 3+2 de Morgan, el nuevo 5+3+3 de Monty levantó más pasiones que el 4-2-4 de Sebes en Wembley. Para los que les gusta llamar a Monty general conservador (o sea, tirando a segurolas), y había algunos también en enero del 44, la cosa se iba a poner todavía más interesante al poco.
Como contando con Sword la costa de Calvados ya estaba más ocupada que primera línea de playa en Benidorm a 15 de agosto Monty propuso abrir la quinta y última playa en el Cotentin. Ponerla al norte del Orne, tirando hacia la zona más densamente defendida de Calais que se pretendía evitar, no tenía mucho sentido.
El Cotentin tenía sus ventajas: en su punta estaba Cherburgo, un puerto de aguas profundas, tan importante para abastecer al gigantesco ejército necesario para llegar a Berlín que hasta Morgan había jugueteado con la idea de intentar tomarlo. Su captura temprana permitiría acelerar el ritmo de llegada de refuerzos, acortando potencialmente la guerra.
Pero también sus inconvenientes. Su base estaba cruzada por un sistema de ríos y canales, cuyas cuencas los alemanes habían inundado hasta prácticamente convertirla en otra posesión insular francesa. La perspectiva de salir de las cabezas de playa de Calvados, girar 180 grados, asaltar la península y hacerlo cruzando dos ríos y una amplia zona inundada contra fuerzas alemanas a la espera se aproximaba mucho a la idea que los Aliados tenían por aquel entonces de verse implicados en una trifulca de taberna con irlandeses: un acontecimiento brutal en el que todos se lo pasaría bien menos ellos.
Por aquel entonces era de buen tono considerar que un cabo de la reserva alemán al mando del panadero de la división, un veterano mutilado de Verdún y dos auxiliares polacos podían defender una posición así durante todo el tiempo que les apeteciese. Manstein, que siempre fue un morrofino, solía llamar a las divisiones que el Frente Oriental escupía en las costas de Francia para descansar y recomponerse divisiones de un panadero, un médico y cinco soldados. Así que no habría escasez de panaderos en el frente de invasión.
Si tenemos en cuenta que durante los tres primeros días de la invasión, en la Fière, una fuerza alemana que no se distinguía mucho del Kampfgruppe Panadero und Mutilado consiguió mantener a raya los mejores cachorros de Eisenhower, tal vez Monty no anduvo tan desencaminado al sugerir saltarse de golpe la parte de cruzar ríos y poner la quinta playa, pronto conocida como Utah, en el Cotentin, al otro lado del Douve.
En general dividir las fuerzas propias a ambos lados de un río caudaloso no se considera militarmente muy sensato. Hacerlo de espaldas al mar en la primera fase de un asalto anfibio roza la temeridad. Teniendo en cuenta que Morgan, cuyo plan era el equivalente en conservadurismo militar al misionero con la luz apagada, había desechado la idea de desembarcar en lo que sería Utah como se haría en Utah por “poco sensata”, proponerlo ahora y dárselas de matasiete yendo a por Cherburgo en el primer saque era una pirueta que quedaba muy mal, especialmente después de haber desechado el plan de Morgan por no ser “una operación de guerra sensata”.
Para quien no lo tuviese claro, así es como Monty hacía amigos.


Tanto Monty, Monty tanto.

Para aquellos a los que les tocaría sacarlo adelante, la vida desde luego se había vuelto de repente de lo más interesante. Pero no se puede decir que, en su mejor tradición, Monty no hiciera todo lo posible para mejorar al máximo las posibilidades de éxito de Utah. En su apoyo lanzaría no una sino dos divisiones aerotransportadas, aumentando así rápidamente el número de gente con vidas interesantes. Estas tomarían varios puntos a lo largo de los ríos aislando efectivamente la península, cubriendo el flanco de Utah y volviendo contra los alemanes las mismas condiciones que estos pensaban emplear en su defensa.
La idea no era mala, el único detalle que fallaba era que en aquel preciso momento en toda Gran Bretaña no había aviones suficientes ni para lanzar un tercio de división.
Cuando todas estas ideas más o menos sensatas terminaron de enunciarse y Eisenhower les dio su visto bueno, tuvo que añadir a la lista de lo que iba a necesitar un mes más de tiempo. Se lo tuvieron que dar. Qué remedio, estaba todo por hacer. El primer plan Neptune (provisional) que incluía las nuevas playas de Utah y Sword y las cabezas de playa aéreas llevaba fecha de 1 de febrero de 1944.
Así pues, resumiendo, después de 4 años dándole vueltas a la idea, los aliados anglosajones habían terminado con 4 meses (uno de prórroga) para preparar la operación militar más importante de su guerra.


Vidas interesantes, pilotos de escritorio
Cuatro meses pueden parecer una eternidad en plena guerra. Compara muy mal con la fulminante precisión germana, ya se sabe. Seelöwe, la operación equivalente pero a la inversa, presupuestó apenas dos meses entre la Directiva que la ponía en marcha y la fecha prevista para su ejecución. Claro que Overlord salió bien, mientras que Seelöwe, pensada como un cruce táctico de río pero a lo bestia, nunca llegó a reunir ni siquiera en opinión de los más optimistas todos los requisitos –sin entrar en la parte que le tocaba a Göring– considerados necesarios. Con Barbarroja, la operación equivalente en términos estratégicos, hasta los alemanes necesitaron 6 meses.
Vale, Barbarroja incluía más de 150 divisiones, pero también fue un fracaso. Así que quizás 4 meses no era tanto tiempo después de todo para unos aliados con fama de lentos de reflejos, timoratos en lo estratégico y siempre inclinados a dejar que su superioridad material hiciera el trabajo.
Y ahí está la ironía. Overlord, de hecho, luchaba contra una estrechez de material. Una vez con un plan claro, y otra cosa no, pero Monty hacía unos planes cristalinos, reunir el material y las tropas era la cuestión crucial. Pero quizás no era el mejor momento. En aquel preciso momento, los Aliados estaban complicados en media docena de teatros de guerra por todo el globo, y sus diferentes servicios y teatros –con sus respectivos caudillos– competían –encarnizadamente– por unos recursos finitos.
Por ejemplo, un Brigadier medio pirado acababa de conseguir que se asignase a Birmania –positivamente el culo del mundo en términos estratégicos– un número de aviones de transporte desproporcionadamente alto en relación a su importancia real. La diferencia era que con Wingate –que había caído en gracia– Birmania tenía quien defendiese sus intereses, diese la caca en las altas instancias o tirase de influencias para conseguirlos y Overlord, que también competía por la asignación de Dakotas, a pesar de su infinitamente superior importancia, no.
Al retrasar durante meses la elección del hombre que tendría la responsabilidad suprema de su ejecución, y por tanto el máximo interés en asegurar los medios con los que conseguir su éxito, los responsables políticos Aliados redujeron drásticamente el tiempo para producir y trasladar los medios necesarios y durante el cual Overlord y sus campeones podrían pelear por conseguir recursos escasos, producirlos y transportarlos.
El plan COSSAC había permitido adelantar algún trabajo, pero sólo las 3 playas originales que contemplaba se beneficiaron de este trabajo previo y hasta cierto punto. Aunque se había acumulando material en Inglaterra durante todo 1943, –el chiste de la época era que la isla no se hundía con el peso de tanto tanque y cañón porque la sujetaban los globos cautivos–, la baja prioridad del teatro y la falta de una cabeza directora enérgica había complicado varios cuellos de botella.
Por ejemplo, en el embrión del mayor ejército motorizado de la Historia faltaban conductores. Durante el otoño del 43 la mayoría de los miles de camiones norteamericanos que llegaron al Reino Unido tuvieron que ser conducidos desde los puertos a los depósitos y de allí a las unidades que iban llegando por ingleses, muchos, civiles.
A los tipos del Ordnance Corps, los que decidían detalles tan tontos como cuantos cartuchos llevaba cada soldado encima y cuantos en los trenes de munición de compañía, batallón, etc., no los invitaron a la primera reunión de planeamiento seria hasta el 10 de febrero. No por hacerles el feo, es que fue la fecha más temprana en la que pudieron empezar a hacerles peticiones concretas. De todos modos, de las dos grandes planas, sin duda unas de las más peligrosas unidades de oficinistas de la historia de la guerra, que el Ordnance Corps había solicitado para atender a las necesidades administrativas de las fuerzas de invasión, sólo una llegó a tiempo para el Día-D, a finales de abril.


A pesar de todo no crecían en los árboles.
(Foto: NARA).

Así es, los Aliados andaban cortos de cuarteles generales y oficinistas. Necesitaban todos los chupatintas, pilotos de escritorio y burócratas a los que pudiesen echar mano para recuperar el tiempo perdido. Ahora que Overlord por fin tenía lobbistas, el SHAEF tendría que emplearse a fondo.
Dos de los cuatro meses disponibles se fueron en pelear a brazo partido con King para que les cediese embarcaciones de asalto del Pacífico. Rommel entre tanto, en lugar de discutir, que también discutió un rato, tuvo uno de sus ataques de hiperactividad y sus famosos esparraguitos y otras diabluras empezaron a aparecer en las fotos aéreas por febrero y no dejaron de multiplicarse con lo que el número de lanchas necesario para poder transportar los equipos de demolición y desminado que los desmontasen no dejaba de aumentar, lo que no ayudaba con King.
En realidad King no ayudaba mucho a secas. Sacarle las lanchas fue fácil. Cuando le pidieron barcos de guerra para apoyar los nuevos desembarcos, tres miserables acorazados –modernizados–, y otros tantos cruceros, no los soltó hasta el 15 de abril. A su lado los barones del bombardeo pesado que cedieron el control de sus aparatos a principios de marzo, sólo para pasarse todo el mes poniendo objeciones hasta llegar a poner a Ike, que tenía unas cachazas propias del Santo Job, al borde de la dimisión, parecen unos tipos de lo más cooperativo.
Luego hubo que encontrar, equipar y adiestrar tropas para lanzar un asalto anfibio contra una costa defendida. Al menos las 4 divisiones de infantería asignadas a los asaltos anfibios tenían todas más mili que el cabo Machichaco o llevaban años preparándose exactamente para eso. Con los paracas el problema no era tanto encontrar las divisiones, como los aviones para llevarlas. Cuando a Monty se le había ocurrido la genial idea de añadir tres divisiones de paracaidistas a la mezcla, en toda Gran Breteña no había aviones suficientes ni para lanzar un tercio de división.
Pero el VII Cuerpo norteamericano, se despertó una buena mañana a mediados de febrero nominado para la playa más reciente, más complicada y además separada de las demás. Tenía tres meses para preparar el número más complejo del repertorio. La Task Force U, la fuerza naval encargada de llevarlo hasta Utah, no tuvo un cuartel general funcionando que se pusiera a encajar los millones de detalles necesarios para garantizar la travesía feliz y sincronizada de cientos de barcos que debían zarpar de puertos repartidos desde Belfast a Plymouth hasta marzo.
Y comparado con la papeleta de la 82ª Aerotransportada, tuvieron tiempo de aburrirse. Monty hizo una presentación del plan final, ante el rey y Churchill, el 15 de mayo, pero el tipo que les llevó los papeles con la versión definitiva de su parte se presentó una semana antes de despegar.
Y finalmente hubo que realizar todo tipo de proezas industriales de última hora. Producir y trasladar los Dakotas y planeadores necesarios para el asalto aéreo, entrenar a sus tripulaciones en el sutil arte del vuelo nocturno en formación, fabricar los famosos Sherman DD que salieron para Inglaterra con la pintura todavía fresca en marzo, solucionar una pequeña escasez de proyectiles de mortero de 81mm… En los 6 meses anteriores al Día-D casi 9 millones de toneladas de pertrechos y unos 800.000 hombres cruzarían el Atlántico.
Para que la invasión fuera un éxito y no faltase de nada los cuarteles generales y planas aliados, un ejército de 350.000 hombres –no todos ellos militares ni hombres–, tuvieron que trabajar a destajo a ritmo de infarto para montar complejas operaciones combinadas en cuestión de semanas. Literalmente lo del infarto. A William C. Lee, el general al mando de la 101, le dio uno en febrero del 44, y eso con 49 años y la vida activa de un soldado de choque. Fue la primera baja cardiovascular de la invasión. Habría más.





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Imagen de cabeza: Artilleros canadienses contando proyectiles de 105mm para los Priest, camino a Juno Beach. (Foto: Frank L. Dubervill, Library and Archives of Canada PA-191020).
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Comentarios libremente inspirados en:

Balkoski, Joseph (2005): Utah Beach. The Amphibious Landing and Airborne Operations on D-Day. (Mechanicsburg, PA: Stackpole).
Weinberg, Gerhard L. (1995): A World at Arms. A Global History of World War II. (Cambridge: Cambridge University Press).
Wilmot, Chester (1998): The Struggle for Europe. (Ware, Hertfordshire: Wordsworth).





1 comentario:

  1. Wow, y yo que me comi todo el cuento de la meticulos y extremadamente pensada y diagramada, venir a enterarme de como fue en realidad XD
    Muy interesante, se lo voy a recomendar a mis amigos

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