Crónicas egipcias (I)
Admito que, al principio, todo el lío este de los moritos revolucionados me pilló bastante lejos. Perdón, todo el lío este de los moritos buenos. Lo admito sin vergüenza igual que el hecho de que no he sentido, para nada, ese entusiasmo juvenil que según todos los periódicos, blogs y altavoces al uso todos deberíamos sentir por estas revoluciones populares, pacíficas, cívicas, laicas y librepensadoras.
Rara vez doy más crédito a aquella soberana majadería de Fukuyama que cuando veo a nuestros medios bienamados insistir machaconamente en lo rápido, –¡e inesperadamente!–, que la Historia cambia bajo nuestros pies, ante nuestros propios ojos. Especialmente, cuando dicen que es para bien. Si el telediario, el que sea, os dice, de hecho repite machaconamente, que algo es para bien… entonces echarse a temblar. Como principio general, podéis estar seguros de que si lo estáis viendo en el telediario, no importa lo que os digan que parece, no es una auténtica revolución. Más probablemente, estará tan lejos de ser un auténtico cambio de proporciones históricas como Princesas de Barrio lo está de querer dar alguna solución al adocenamiento de las mujeres de clase humilde.
Deben ser los años, ya digo, pero la verdad es que apenas le estaba prestando atención al tema hasta que, como al mes de empezado el jaleo, vi una de tantas fotos de la famosa plaza Tahrir en la que salía, todo color arena, un M-60A3. Haciendo un breve inciso fetichista diré que el M-60 siempre ha sido, estéticamente, uno de mis carros modernos favoritos, así que cualquier foto del animalejo siempre captará mi atención.
Por algún motivo, en mi mal educada memoria visual el ejército egipcio seguía montando aquellos T-55 que iban detrás de los felahin, –la carne de cañón campesina que ha pagado los patos de todos los delirios de grandeza de sus generalmente incompetentes amados líderes desde, lo menos, Tel el Kebir a esta parte–, que cruzaron a remo el Canal de Suez en octubre del 73, y con aquellas extrañas maletas atadas a la espalda escalaron animosos los 45 grados de la otra ribera lanzados al ataque como una horda de Hombres-Seta del Mario –con aquellos cascos soviéticos que les quedaban invariablemente demasiado grandes–, decididos a ajustar cuentas con el entonces tres veces imbatido Tzahal. Lo que en 1973, y viniendo de 1967, era tenerlos muy grandes y muy cuadrados, incluso aunque, como al final sucedió, se quedara sólo en grado de tentativa.
Deben ser los años, ya digo, pero la verdad es que apenas le estaba prestando atención al tema hasta que, como al mes de empezado el jaleo, vi una de tantas fotos de la famosa plaza Tahrir en la que salía, todo color arena, un M-60A3. Haciendo un breve inciso fetichista diré que el M-60 siempre ha sido, estéticamente, uno de mis carros modernos favoritos, así que cualquier foto del animalejo siempre captará mi atención.
Por algún motivo, en mi mal educada memoria visual el ejército egipcio seguía montando aquellos T-55 que iban detrás de los felahin, –la carne de cañón campesina que ha pagado los patos de todos los delirios de grandeza de sus generalmente incompetentes amados líderes desde, lo menos, Tel el Kebir a esta parte–, que cruzaron a remo el Canal de Suez en octubre del 73, y con aquellas extrañas maletas atadas a la espalda escalaron animosos los 45 grados de la otra ribera lanzados al ataque como una horda de Hombres-Seta del Mario –con aquellos cascos soviéticos que les quedaban invariablemente demasiado grandes–, decididos a ajustar cuentas con el entonces tres veces imbatido Tzahal. Lo que en 1973, y viniendo de 1967, era tenerlos muy grandes y muy cuadrados, incluso aunque, como al final sucedió, se quedara sólo en grado de tentativa.
El efímero triunfo de los Hombres-Seta del Mario. Octubre 1973, soldados egipcios celebran sobre uno de los puentes tendidos sobre el Canal. (Foto fr.wikipedia.org). |
Aquellos tipos que encontraron el modo insultantemente más sencillo de abrir brecha en la gigantesca berma de arena que los israelíes –y los israelíes se dan maña con el tema de los muros, lo menos, de Masadá a esta parte– habían construido en su orilla del Canal –básicamente lavarla, como se lavan las laderas en las minas al aire libre, lanzándole un chorro de agua a alta presión bombeada del mismo Canal–; el modo tecnológicamente más mortífero de provocarle una seria crisis de identidad a la fuerza acorazada del Tzahal –las maletas contenían los Malyutka, los primeros ATGM empleados de forma masiva–; y el modo más soviéticamente acartonado de desperdiciar todo ese ingenio, todas esas ventajas y toda esa voluntad.
Pero, no. Ya no. Aquellos T-55 son ahora, respectivamente, chatarra herrumbrosa, carros en la reserva –también en la del Tzahal–, o la base del que probablemente es el único concepto de VCI que va a pasar a la siguiente generación; pero esa es otra historia. “Coño, es verdad, si ahora tienen Abrams”, me dije. Fue en ese momento, al recordar que, desde hace ya mucho, el inventario acorazado egipcio viene de Detroit, cuando todo el asunto comenzó a captar mi atención.
Desgraciadamente comencé de la peor de las maneras, leyendo todo lo que sobre el tema publicaban nuestros medios bienamados, que, para variar, no se enteraban de la misa la media y se limitaban a ir “descubriendo” las claves de los diferentes conflictos con entre 3 y 9 días de retraso.
Al principio, la cosa no paso de meras revueltas, como aquellas de subsistencia que en Túnez estallaban cada equis años y que se aplacaban –Ben Alí también intentó el truco esta vez–, bajando el precio del pan. Por cuestión de pan también se había echado la gente a la calle en 2008 en Egipto, pero un mes después y con Ben Ali ya fuera de escena, se convirtieron en revoluciones, para pasar, caído Mubarak, al estadio triunfal de “primavera árabe”, “revolución de jazmín” –hay que ser cursi y hortera como la boca de un francés– o, más en genérico, “ola de cambio”.
Y desde el principio todo el mundo –bueno, casi desde el principio y casi todo el mundo; más de uno tuvo algún lapsus con si aquellos tipos eran luchadores por la libertad o perroflautas reprimibles– se puso a jalearlas porque eran espontáneas, y pacíficas, porque eran los jóvenes los que las vehiculaban con sus nuevas, e inmaculadas, tecnologías y porque pedían democracia.
Eran tan jóvenes, tan enrolladas, tan pacíficas, tan laicas, tan dinámicas y tan multimedia que uno se quedaba con la duda de si eran revoluciones o anuncios del iPad. Y ese es el principal problema que le veía yo a todo el asunto desde el primer momento en que empecé a interesarme.
Pero, no. Ya no. Aquellos T-55 son ahora, respectivamente, chatarra herrumbrosa, carros en la reserva –también en la del Tzahal–, o la base del que probablemente es el único concepto de VCI que va a pasar a la siguiente generación; pero esa es otra historia. “Coño, es verdad, si ahora tienen Abrams”, me dije. Fue en ese momento, al recordar que, desde hace ya mucho, el inventario acorazado egipcio viene de Detroit, cuando todo el asunto comenzó a captar mi atención.
Desgraciadamente comencé de la peor de las maneras, leyendo todo lo que sobre el tema publicaban nuestros medios bienamados, que, para variar, no se enteraban de la misa la media y se limitaban a ir “descubriendo” las claves de los diferentes conflictos con entre 3 y 9 días de retraso.
Al principio, la cosa no paso de meras revueltas, como aquellas de subsistencia que en Túnez estallaban cada equis años y que se aplacaban –Ben Alí también intentó el truco esta vez–, bajando el precio del pan. Por cuestión de pan también se había echado la gente a la calle en 2008 en Egipto, pero un mes después y con Ben Ali ya fuera de escena, se convirtieron en revoluciones, para pasar, caído Mubarak, al estadio triunfal de “primavera árabe”, “revolución de jazmín” –hay que ser cursi y hortera como la boca de un francés– o, más en genérico, “ola de cambio”.
Y desde el principio todo el mundo –bueno, casi desde el principio y casi todo el mundo; más de uno tuvo algún lapsus con si aquellos tipos eran luchadores por la libertad o perroflautas reprimibles– se puso a jalearlas porque eran espontáneas, y pacíficas, porque eran los jóvenes los que las vehiculaban con sus nuevas, e inmaculadas, tecnologías y porque pedían democracia.
Eran tan jóvenes, tan enrolladas, tan pacíficas, tan laicas, tan dinámicas y tan multimedia que uno se quedaba con la duda de si eran revoluciones o anuncios del iPad. Y ese es el principal problema que le veía yo a todo el asunto desde el primer momento en que empecé a interesarme.
¡Oh... qué revolución tan piola!
Para empezar, muy pacíficas tampoco es que fuesen. Pero vale, –por la paz una misa–, y ya que hemos ganado y los cientos de muertos y heridos en Túnez y Egipto hacen poco bulto debajo de la alfombra –desde luego si los comparamos con los de Libia, más Bahrein, más Yemen, más Siria…–, digamos que lo fueron. Es decir, que no hubo tiroteos, ni batallas campales en las calles, sino ordenadas manifestaciones espontáneas. Admitamos que lo que hace falta para derribar a un tirano no es hambre, desesperación y la disposición a morir por cambiar las cosas, sea de un pelotazo de goma o en una cámara de tortura o achicharrado con napalm en una cuneta de la carretera a Trípoli, sino ser joven y una cuenta de Facebook.
Lamentablemente esa es una de las chorradas más grandes que se han grapado a todo el asunto. Casi se diría que Bouaziz se prendió fuego en protesta por el deplorable servicio de atención al cliente de su proveedor de internet. Hablamos de un pollo rallado de la vida porque no le llegaba para otra cosa que vivir en casa de sus padres. ¿Cuantos días creéis que tendría que haber trabajado vendiendo fruta un veinteañero tunecino para comprarse un portátil?
Lamentablemente esa es una de las chorradas más grandes que se han grapado a todo el asunto. Casi se diría que Bouaziz se prendió fuego en protesta por el deplorable servicio de atención al cliente de su proveedor de internet. Hablamos de un pollo rallado de la vida porque no le llegaba para otra cosa que vivir en casa de sus padres. ¿Cuantos días creéis que tendría que haber trabajado vendiendo fruta un veinteañero tunecino para comprarse un portátil?
Una revolución tan pacífica que durante las batallas campales de febrero los cairotas desplegaron toda su creatividad para improvisar cascos y protecciones contra el proyectil más empleado, con diferencia, por ambos bandos: las piedras. Mi favorito, con diferencia. (Foto de Patrick Baz/AFP/Getty, en Time). |
La insistencia de nuestros medios en recalcar el fundamental papel de Facebook y Twiter como nuevas armas de movilización política (hay otras opiniones para los que no tengan pereza de leer en inglés), sin embargo, solo se vio superada por la, se diría que nerviosa, necesidad de reiterar el carácter laico de las revueltas, donde laico, que significa independiente de cualquier organización o confesión religiosa, se usa como sinónimo de moderno, o sea, que las señoras no vayan tapadas hasta las cejas y poco más.
Bien, no lo son. Modernas, digo. Basta ver el caso de nuestro amigo el frutero. Bouaziz fue al cuartelillo de la policía a pagar la mordida para que le devolviesen sus verduras, algo que seguramente habría hecho docenas de veces antes, y si le hubiese atendido el sargento Hakim de siempre se hubiese ido a casa igual de frustrado que siempre incluso si le hubiesen dado una mano de hostias preventiva, pero ¡ay!, le atendió la sargenta Fadia, que tuvo el atrevimiento de escupirle a la cara, y eso fue lo que ya no pudo soportar.
Tampoco son revoluciones islámicas –no “islámicas” cómo en República Islámica de Irán–, desde luego, ni lo serán, tranquilos, pero hay que tener en cuenta que los sectores sociales postergados que intentan ajustar cuentas en Túnez y Egipto incluyen, fundamentalmente, a la gente corriente que se considera cómoda con como se han hecho las cosas toda la vida, es decir, con los valores conservadores de las sociedades islámicas que, naturalmente, pasan por lo que dice el imán. Igual que hace ni 50 años la forma correcta de hacer las cosas en cualquier pueblo pequeño de vuestra provincia pasaba por lo que dijese el señor párroco, el sargento de la Guardia Civil y el boticario, siempre que el boticario fuese de Acción Católica.
Las sociedades árabes son, mayoritariamente, conservadoras y el islamismo radical es, a esas sociedades lo que el carlismo trabucaire fue, en el XIX español, al conservadurismo de toda la vida. Lo mejor del caso es que esa mayoría social musulmana y conservadora que democráticamente va a elegir hoy mismo en Egipto un gobierno islamista (a juego con el que acaban de elegir en Túnez) a Occidente le viene de perlas. Siempre que sean moderados, claro, moderados, y sunitas, claro, sunitas, que para eso paga las facturas de los Hermanos Musulmanes Arabia Saudita. Vamos, faltaría más, ¿para qué se tiraron la CIA, el Mossad y el ya difunto SDECE 30 años intentando aplastar cualquier brote de nacionalismo árabe laico, modernizador y socialista?
Por eso a todo el mundo le gusta, –y no dejaron de publicitarlo en aquellos meses en que nadie parecía saber qué iban a acabar haciendo los moritos–, el modelo turco; un país donde la masa elige libre y democráticamente a un partido conservador, de orden y religioso –pero moderado, ¿eh?, moderado–, que se asegura de tener contento al personal, a los mártires en potencia jugando a la Playstation, el dinero cambiando de manos y los negocios prosperando. Y, por si falla algo, un disciplinado ejército laico –tercera mayor flota mundial de M-60, por cierto– para que a nadie le entren ideas raras.
Por favor, lo último que hemos querido nunca es un mundo árabe laico y moderno.
Bien, no lo son. Modernas, digo. Basta ver el caso de nuestro amigo el frutero. Bouaziz fue al cuartelillo de la policía a pagar la mordida para que le devolviesen sus verduras, algo que seguramente habría hecho docenas de veces antes, y si le hubiese atendido el sargento Hakim de siempre se hubiese ido a casa igual de frustrado que siempre incluso si le hubiesen dado una mano de hostias preventiva, pero ¡ay!, le atendió la sargenta Fadia, que tuvo el atrevimiento de escupirle a la cara, y eso fue lo que ya no pudo soportar.
Tampoco son revoluciones islámicas –no “islámicas” cómo en República Islámica de Irán–, desde luego, ni lo serán, tranquilos, pero hay que tener en cuenta que los sectores sociales postergados que intentan ajustar cuentas en Túnez y Egipto incluyen, fundamentalmente, a la gente corriente que se considera cómoda con como se han hecho las cosas toda la vida, es decir, con los valores conservadores de las sociedades islámicas que, naturalmente, pasan por lo que dice el imán. Igual que hace ni 50 años la forma correcta de hacer las cosas en cualquier pueblo pequeño de vuestra provincia pasaba por lo que dijese el señor párroco, el sargento de la Guardia Civil y el boticario, siempre que el boticario fuese de Acción Católica.
Las sociedades árabes son, mayoritariamente, conservadoras y el islamismo radical es, a esas sociedades lo que el carlismo trabucaire fue, en el XIX español, al conservadurismo de toda la vida. Lo mejor del caso es que esa mayoría social musulmana y conservadora que democráticamente va a elegir hoy mismo en Egipto un gobierno islamista (a juego con el que acaban de elegir en Túnez) a Occidente le viene de perlas. Siempre que sean moderados, claro, moderados, y sunitas, claro, sunitas, que para eso paga las facturas de los Hermanos Musulmanes Arabia Saudita. Vamos, faltaría más, ¿para qué se tiraron la CIA, el Mossad y el ya difunto SDECE 30 años intentando aplastar cualquier brote de nacionalismo árabe laico, modernizador y socialista?
Por eso a todo el mundo le gusta, –y no dejaron de publicitarlo en aquellos meses en que nadie parecía saber qué iban a acabar haciendo los moritos–, el modelo turco; un país donde la masa elige libre y democráticamente a un partido conservador, de orden y religioso –pero moderado, ¿eh?, moderado–, que se asegura de tener contento al personal, a los mártires en potencia jugando a la Playstation, el dinero cambiando de manos y los negocios prosperando. Y, por si falla algo, un disciplinado ejército laico –tercera mayor flota mundial de M-60, por cierto– para que a nadie le entren ideas raras.
Por favor, lo último que hemos querido nunca es un mundo árabe laico y moderno.
Laicismo revolucionario en acción. Rezo con M-60A3 y niño de fondo. Tahrir, este febrero. (Foto Reuters en Qué.es) |
Pero volviendo a lo de los jóvenes. Bueno, no hay que ser muy lince para comprender que en un país donde el 60% de la población tiene menos de 30 años –y la población en general una esperanza de vida de 60– es de pura matemática que sea lo que sea lo que en un momento dado esté haciendo un egipcio cualquiera, lo más probable –6 de cada 10 veces–, es que sea un joven egipcio quien esté haciéndolo.
Yo no dudo de que habrá muchos jóvenes en Egipto y Túnez con estupendas cuentas de Facebook y desarrollados sentidos de la justicia social. Dudo aún menos que existan incontables legiones de jóvenes en ambos países enfrentados a la más descorazonadora de las perspectivas vitales. Lo que yo dudo es que ambos grupos sean necesariamente el mismo.
Habrá, en otros barrios naturalmente, una minoría de hijos de papá con portátil, conexión de banda ancha y una vida que dilapidar en el Mafia Wars. Gente que viste de marca y habla idiomas y seguramente os caerían bien si charlaseis con ellos en algún resort del Mar Rojo. Pero en los barrios pobres egipcios, los que están son decenas de millones de curritos, jóvenes de menos de 30 también, con y sin hijos, –pero la mayoría con–, que luchan por sobrevivir a la pobreza, a sociedades impermeables al mérito o al esfuerzo, a la represión política y social y, de remate, a una atroz estructura de acceso al sexo.
La próxima vez que veáis por la tele imágenes de cientos de egipcios –o cualquier otro musulmán– todo locos tirando piedras recordad que para decenas de millones de machos jóvenes de la especie su perspectiva vital se reduce a que si no puedes prosperar, y no puedes prosperar, no puedes casarte, y si no puedes casarte, lo llevas muy jodido para pegar un polvo. Es normal que estallen por algún lado y es normal –estadísticamente normal– que los que estallen sean jóvenes. Pero tener menos de 30 años en una favela de El Cairo tiene poco que ver con ser un nini, o un JASP, en el occidente asinsorgado.
Yo no dudo de que habrá muchos jóvenes en Egipto y Túnez con estupendas cuentas de Facebook y desarrollados sentidos de la justicia social. Dudo aún menos que existan incontables legiones de jóvenes en ambos países enfrentados a la más descorazonadora de las perspectivas vitales. Lo que yo dudo es que ambos grupos sean necesariamente el mismo.
Habrá, en otros barrios naturalmente, una minoría de hijos de papá con portátil, conexión de banda ancha y una vida que dilapidar en el Mafia Wars. Gente que viste de marca y habla idiomas y seguramente os caerían bien si charlaseis con ellos en algún resort del Mar Rojo. Pero en los barrios pobres egipcios, los que están son decenas de millones de curritos, jóvenes de menos de 30 también, con y sin hijos, –pero la mayoría con–, que luchan por sobrevivir a la pobreza, a sociedades impermeables al mérito o al esfuerzo, a la represión política y social y, de remate, a una atroz estructura de acceso al sexo.
La próxima vez que veáis por la tele imágenes de cientos de egipcios –o cualquier otro musulmán– todo locos tirando piedras recordad que para decenas de millones de machos jóvenes de la especie su perspectiva vital se reduce a que si no puedes prosperar, y no puedes prosperar, no puedes casarte, y si no puedes casarte, lo llevas muy jodido para pegar un polvo. Es normal que estallen por algún lado y es normal –estadísticamente normal– que los que estallen sean jóvenes. Pero tener menos de 30 años en una favela de El Cairo tiene poco que ver con ser un nini, o un JASP, en el occidente asinsorgado.
Una inesperada revolución, totalmente por sorpresa
Y esto nos lleva finalmente a lo de la espontaneidad. Tanto en Túnez como en Egipto 2010 fue un año de constante, y creciente, malestar social, y no me refiero a un aumento sensible del encabronamiento de los tertulianos de Al-Intereconomía.
Me refiero a una fuerte conflictividad social provocada por los efectos de la crisis global sobre economías ya de por sí bastante vulnerables a cualquier constipado financiero. En el caso egipcio, la crisis golpeó en un momento en que las escasas prestaciones sociales y ventanas de supervivencia que la vieja economía planificada local ofrecía iban desapareciendo al ser esta privatizada a paso ligero. Ya se sabe que ese tipo de economías lo único que producen es sueldos mediocres para todos y mucho funcionario pasota.
Lamentablemente el modelo de economía que el FMI te obliga a plantar en su lugar sólo produce sueldos de miseria para todos, inseguridad laboral, reducción constante de los niveles de cobertura social y algún que otro millonario muy forrado. Curiosamente, Túnez era uno de los países de la región que el FMI consideraba modélicos en su acatamiento de sus directivas. Como Egipto. Otra cosa que ambos tenían en común era una galopante inflación de los precios del pan y otros alimentos básicos. Durante todo el verano de 2010, los sindicatos egipcios habían estado en la calle, y os aseguro que la expresión lucha sindical en Egipto tiene un significado mucho más literal que aquí, protestando contra las privatizaciones y el descenso general del nivel de vida, recortes en prestaciones sociales, etc, que todo el proceso venía significando.
Me refiero a una fuerte conflictividad social provocada por los efectos de la crisis global sobre economías ya de por sí bastante vulnerables a cualquier constipado financiero. En el caso egipcio, la crisis golpeó en un momento en que las escasas prestaciones sociales y ventanas de supervivencia que la vieja economía planificada local ofrecía iban desapareciendo al ser esta privatizada a paso ligero. Ya se sabe que ese tipo de economías lo único que producen es sueldos mediocres para todos y mucho funcionario pasota.
Lamentablemente el modelo de economía que el FMI te obliga a plantar en su lugar sólo produce sueldos de miseria para todos, inseguridad laboral, reducción constante de los niveles de cobertura social y algún que otro millonario muy forrado. Curiosamente, Túnez era uno de los países de la región que el FMI consideraba modélicos en su acatamiento de sus directivas. Como Egipto. Otra cosa que ambos tenían en común era una galopante inflación de los precios del pan y otros alimentos básicos. Durante todo el verano de 2010, los sindicatos egipcios habían estado en la calle, y os aseguro que la expresión lucha sindical en Egipto tiene un significado mucho más literal que aquí, protestando contra las privatizaciones y el descenso general del nivel de vida, recortes en prestaciones sociales, etc, que todo el proceso venía significando.
La tercera cosa que tenían en común Egipto y Túnez. Un M-60 tunecino monta guardia contra los saqueos al día siguiente de la huída de Ben Ali. (Fuente: El País) |
Lo gracioso del caso es que habían conseguido notables victorias, deteniendo algunas privatizaciones, básicamente porque una cosa que aún existe en las tiranías, pero no parece existir en las democracias, como las que Occidente bendecirá que se implanten en Túnez y Egipto, es el miedo a que la masa soliviantada te monte una como la de la Plaza Tahrir y te veas en tu villa de retiro de la Costa Azul antes de tiempo, y permanentemente.
Otra cosa no, pero hay que concederles a los tiranos que están mucho más interesados por lo que la gente piense de su gestión que el político occidental medio al que eso sólo le preocupa, y a ratos, en época de elecciones. Los sátrapas son muy buenos contentando a la gente. Mucho más que los políticos democráticamente electos, porque son perfectamente conscientes de que tener contento al personal es su responsabilidad y están mucho más al tanto de lo que pasa cuando no lo consigues. Porque pagan directamente las consecuencias, con la hacienda, y, a veces, cuando hay suerte, con la vida.
Pero el triste y frío hecho es que vivimos en un mundo gobernado por consideraciones económicas, y aunque es rigurosamente cierto que los árabes se han rebelado por el empeoramiento crónico de sus condiciones de vida, no lo es menos que la satrapía es el modo más rentable conocido de gobernar a millones de musulmanes sentados sobre dos de las materias primas más importantes de la primera mitad del s. XXI, el petróleo y la mano de obra barata.
Si no lo fuera, tranquilos, que las leyes del mercado hace mucho tiempo que hubieran encontrado una alternativa.
Porque lo que hay que entender aquí, para comprender las revueltas de Túnez y Egipto, es que la gente lo que quiere es vivir bien. Y la gente no vive bien. Las guerras del XIX y el XX se libraron por una mezcla, en diferentes proporciones, de ideas y nacionalismos (y, sí, un nacionalismo es una idea), las del XXI, empezando por el 11-S, se librarán por envidia. Envidia de los que no tienen donde caerse muertos por las cosas que tienen los que viven bien. Y esos, aunque ahora mismo no os reconozcáis en ellos –y nuestros queridos cleptócratas estén trabajando duramente para que cada vez os cueste más hacerlo–, esos, digo, somos nosotros.
Y esa es la mayor ironía de todo este asunto. Que los moritos buenos han hecho la revolución para obtener democracia pensando que ese es el principal ingrediente para vivir como los que tienen.
De hecho estarán encantados de dársela, porque, como todo el mundo sabe, quien osa cuestionar la validez de la democracia como mejor sistema político y social disponible es una persona muy mala. Esa es la gran ventaja de la democracia, que puede funcionar igual de mal que cualquier otro sistema, pero es de muy mala educación atacarla como sistema desde el punto de vista moral y de vuelta se le puede hacer prácticamente de todo a quien se atreva a decirlo.
En realidad la democracia es, hasta la fecha, el mejor sistema disponible para todo lo que no sea administrar una comuna jipi, pero creo que deberíamos irnos acostumbrando a distinguir la posibilidad de votar cada cuatro años a unos peleles, de la democracia, que sería todo ese invento tan rojeras de la separación de poderes, imperio de la ley, igualdad, libertad y fraternidad.
Así que se la acabarán dando, pero, en el mejor de los casos, de bajo octanaje, sin prestaciones sociales, ni coberturas, ni estado del bienestar. Apenas imperio de la ley, y no mucho, y la posibilidad de votar a una deprimente colección de medianías inocuos que irán socavando su fé en la posibilidad de que algo pueda cambiarse y, en general, en todo lo que huela a política.
O sea, sin ninguna de las cosas que han hecho que dé envidia vivir en esas democracias donde, de hecho, se están recortando también todas las cosas por las que debería dar envidia vivir en ellas. Pero naturalmente, la única moraleja de todo el asunto sobre la que podéis tener la certeza de que nuestros medios bienamados no tienen ni la menor intención de insistir es el hecho de que, en última instancia, los moritos se han rebelado por aquello por lo que nosotros deberíamos estarnos rebelando en este mismo momento.
En su caso la quiebra de la esperanza de prosperidad, en el nuestro el desguace del estado del bienestar, en ambos –aparte de la creciente cleptocrácia y falta de conexión de nuestros dirigentes respectivos– el incumplimiento flagrante del viejo pacto por el que si uno trabaja honestamente puede esperar mejorar en la vida y que el estado le garantice una vida y una vejez tolerables.
Así que cuando en enero los niñatos de clase media-alta decidieron por el Facebook que podía ser molón organizar una sentada o algo en la plaza Tahrir, se presentaron también allí varias decenas de miles de currelas egipcios, la mayoría igual de jóvenes que ellos, pero que no habían tenido ni tiempo, ni dinero, ni putas ganas de abrirse una cuenta en el face. Pero sí con muchos meses de práctica en la reivindicación, la protesta y en partirse la cara con quien hiciese falta.
Muy pocos de esos recién llegados, estad seguros, estaban entre los 100.000 internautas que en cuestión de semanas le dieron a me gusta en aquel grupo de Facebook creado para protestar por el asesinato de un manifestante, –uno de los suyos–, del verano anterior. El grupo estaba en inglés y es poco probable que esa gran mayoría de curritos egipcios soliviantados como wookies que convirtieron la quedada cool de Tahrir –hasta entonces las movilizaciones habían sido en los barrios pobres–, en un auténtico problema dominasen el inglés más allá de lo que se aprende haciendo chanchulletes en B en el sector turístico.
No, espontáneo no es la palabra que yo usaría para describirlo.
Otra cosa no, pero hay que concederles a los tiranos que están mucho más interesados por lo que la gente piense de su gestión que el político occidental medio al que eso sólo le preocupa, y a ratos, en época de elecciones. Los sátrapas son muy buenos contentando a la gente. Mucho más que los políticos democráticamente electos, porque son perfectamente conscientes de que tener contento al personal es su responsabilidad y están mucho más al tanto de lo que pasa cuando no lo consigues. Porque pagan directamente las consecuencias, con la hacienda, y, a veces, cuando hay suerte, con la vida.
Pero el triste y frío hecho es que vivimos en un mundo gobernado por consideraciones económicas, y aunque es rigurosamente cierto que los árabes se han rebelado por el empeoramiento crónico de sus condiciones de vida, no lo es menos que la satrapía es el modo más rentable conocido de gobernar a millones de musulmanes sentados sobre dos de las materias primas más importantes de la primera mitad del s. XXI, el petróleo y la mano de obra barata.
Si no lo fuera, tranquilos, que las leyes del mercado hace mucho tiempo que hubieran encontrado una alternativa.
Porque lo que hay que entender aquí, para comprender las revueltas de Túnez y Egipto, es que la gente lo que quiere es vivir bien. Y la gente no vive bien. Las guerras del XIX y el XX se libraron por una mezcla, en diferentes proporciones, de ideas y nacionalismos (y, sí, un nacionalismo es una idea), las del XXI, empezando por el 11-S, se librarán por envidia. Envidia de los que no tienen donde caerse muertos por las cosas que tienen los que viven bien. Y esos, aunque ahora mismo no os reconozcáis en ellos –y nuestros queridos cleptócratas estén trabajando duramente para que cada vez os cueste más hacerlo–, esos, digo, somos nosotros.
Y esa es la mayor ironía de todo este asunto. Que los moritos buenos han hecho la revolución para obtener democracia pensando que ese es el principal ingrediente para vivir como los que tienen.
De hecho estarán encantados de dársela, porque, como todo el mundo sabe, quien osa cuestionar la validez de la democracia como mejor sistema político y social disponible es una persona muy mala. Esa es la gran ventaja de la democracia, que puede funcionar igual de mal que cualquier otro sistema, pero es de muy mala educación atacarla como sistema desde el punto de vista moral y de vuelta se le puede hacer prácticamente de todo a quien se atreva a decirlo.
En realidad la democracia es, hasta la fecha, el mejor sistema disponible para todo lo que no sea administrar una comuna jipi, pero creo que deberíamos irnos acostumbrando a distinguir la posibilidad de votar cada cuatro años a unos peleles, de la democracia, que sería todo ese invento tan rojeras de la separación de poderes, imperio de la ley, igualdad, libertad y fraternidad.
Así que se la acabarán dando, pero, en el mejor de los casos, de bajo octanaje, sin prestaciones sociales, ni coberturas, ni estado del bienestar. Apenas imperio de la ley, y no mucho, y la posibilidad de votar a una deprimente colección de medianías inocuos que irán socavando su fé en la posibilidad de que algo pueda cambiarse y, en general, en todo lo que huela a política.
O sea, sin ninguna de las cosas que han hecho que dé envidia vivir en esas democracias donde, de hecho, se están recortando también todas las cosas por las que debería dar envidia vivir en ellas. Pero naturalmente, la única moraleja de todo el asunto sobre la que podéis tener la certeza de que nuestros medios bienamados no tienen ni la menor intención de insistir es el hecho de que, en última instancia, los moritos se han rebelado por aquello por lo que nosotros deberíamos estarnos rebelando en este mismo momento.
En su caso la quiebra de la esperanza de prosperidad, en el nuestro el desguace del estado del bienestar, en ambos –aparte de la creciente cleptocrácia y falta de conexión de nuestros dirigentes respectivos– el incumplimiento flagrante del viejo pacto por el que si uno trabaja honestamente puede esperar mejorar en la vida y que el estado le garantice una vida y una vejez tolerables.
Así que cuando en enero los niñatos de clase media-alta decidieron por el Facebook que podía ser molón organizar una sentada o algo en la plaza Tahrir, se presentaron también allí varias decenas de miles de currelas egipcios, la mayoría igual de jóvenes que ellos, pero que no habían tenido ni tiempo, ni dinero, ni putas ganas de abrirse una cuenta en el face. Pero sí con muchos meses de práctica en la reivindicación, la protesta y en partirse la cara con quien hiciese falta.
Muy pocos de esos recién llegados, estad seguros, estaban entre los 100.000 internautas que en cuestión de semanas le dieron a me gusta en aquel grupo de Facebook creado para protestar por el asesinato de un manifestante, –uno de los suyos–, del verano anterior. El grupo estaba en inglés y es poco probable que esa gran mayoría de curritos egipcios soliviantados como wookies que convirtieron la quedada cool de Tahrir –hasta entonces las movilizaciones habían sido en los barrios pobres–, en un auténtico problema dominasen el inglés más allá de lo que se aprende haciendo chanchulletes en B en el sector turístico.
No, espontáneo no es la palabra que yo usaría para describirlo.
Continuará...
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Imagen de cabeza: Soldados y carros M60A3 egipcios montan guardia frente al Museo de El Cairo la mañana siguiente a la huída del Faraón. Foto Manoocher Deghati para AP, en El País.
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Y el machismo que no falte, para eso están las ONG:
ResponderEliminarhttp://www.guardian.co.uk/world/2011/nov/25/egypt-protests-reporters-women-safety
A destacar la sutil diferencia, ausente en la noticia, entre las "suecas" que se meten en el hervidero (a provocar, seguro) y la bloguera en primera línea de hostias. Ya me imagino la escena: "Pero mi sargento ¿cómo iba yo a saber que era medio americana?"
Bueno, seguramente el pelo rubio era una buena pista... :-D
ResponderEliminarDe todos modos, según el mismo link que das, no ha sido el ejército, sino los muchachos los que han atacado a la periodista. La bloguera recibió de la policía, pero, como bien señalas, lamentablemente, hay clases y clases.
A mí lo que me llama la atención de estos incidentes (hubo otro con una reportera de la FOX en febrero) es la duda que me queda... ¿pero la atacan porque es mujer, o porque es periodista? ¿o porque es periodista occidental?
Sería interesante de saber...
Pero se te olvida una cuestión. O mejor dicho la eludes de manera muy superficial. ¿Por qué en esos países la economía es un desastre? Porque esas satrapías son hervideros de corrupción e incompetencia. La pobreza se la han buscado ellos solitos, nosotros no tenemos nada que ver en eso. Esas satraías nacieron todas como enemigos de occidente optando por el sistema de economía dirigida. Sistema económico mucho más cercano al Islam, que el capitalismo occidental. Y sistema que invariablemente acaba repartiendo pobreza para todos y riqueza para el sátrapa y sus familares.
ResponderEliminarAl FMI se le puede hacer caso o no. Pero si se quiere préstamos de el, hay que hacerle caso. Luego el desastre económico no lo crea el FMI sino las políticas llevadas a cabo antes.