Resulta irónicamente apropiado que el general que iba a sacarnos a todos del lío este en Afganistán a base de buen rollete, corazones y mentes y mucha mano izquierda haya acabado colgando en el secadero por no recordar que en lo tocante a mantener a todos contentos y bien dispuestos hacia la misión el más importante al que había que mantener bien dispuesto era a su jefe.
No permite hacerse muchas ilusiones sobre cuales hubieran sido sus posibilidades, de haberle dejado ponerse a ello seriamente, con los aliados occidentales, Karzai, los civiles afganos y no digamos los talibanes que deben haber dejado en stand-by su defensa de Marjah,–después de todo les iba saliendo más o menos bien–, para bajar a la tali-cueva a ver todo el chou por la tele comiendo palomitas.
Ahora que si uno lee la pieza de Rolling Stone con cierto detenimiento puede encontrar varias cosas interesantes.
Para empezar no es del todo cierto que al muchacho le moleste estar en el candelabro. Recordemos (yo me acordaba de sus orejas de soplillo) que su primer trabajo serio fue como busto parlante durante la invasión de Irak. Si el tipo no aprendió durante esos meses cómo funciona el tema este de los medios muy listo no debe de ser, y ya sabemos que el muchacho tenía otros intereses en West Point a parte de darle al codo.
Tampoco vamos a caer en el cliché de considerar que todo el que ha fracasado en los estudios es tonto del haba, porque la enseñanza reglada, incluso la de más alto nivel, tiene una larga tradición de no conseguir aportar nada a tantos y tantos inadaptados geniales como ha dado la historia. Además, un tonto no hubiera orquestado semejante movimiento de Relaciones Publicas.
Eso no quita para que haga algunas tonterías. Por ejemplo meterse en semejante berenjenal, –lo siento no me creo lo del general y sus amigotes piripis sincerándose con el avispado reportero–, o, mejor dicho, no calcular hasta donde había tensado ya la cuerda antes de intentar este otro golpe de RR.PP.
La cosa empieza bien. Me refiero a toda la parafernalia de su personaje que el reportero compró encantado. La parte de general de los soldados, que hace patrullas de verdad con una sección en Afganistán para ver de primera mano el asunto, que aparece a tu lado, pobre cabo en mitad de un tiroteo, y que se baja hasta las bases avanzadas para explicar a los muchachos el concepto.
Un general que lidera desde el frente, –no sé para que nos gastamos millones en Cuarteles Generales digitales vía satélite si luego la gente lo único que parece necesitar es un caballo, una espada y un catalejo–, y combina astucia, el punto justo de agresividad y eso que ahora se llama tactital patience. Pero es que eso va de oficio. La gente ya cuenta con que un general sea un general de los soldados. Que lidere desde el frente y demás. James Mattis, de los Marines, –el Chaos de Generation Kill–, también en la lista de acabar encargado del marrón, transmite esa imagen hasta en su entrada de la Wikipedia.
Tampoco vamos a caer en el cliché de ignorar que una parte del trabajo de un general desde luego sigue siendo conseguir que los muchachos hagan lo que hacen de buena gana y fomentar ese tipo de imagen campechana y sencilla y decir que les vamos a partir la cara y qué ganas les tenemos y demás. Los generales han hecho eso desde tiempo inmemorial, pero luego rara vez aparecen a la parte del reparto de tortazos, tienen cosas más importantes que hacer. Sin amarguras, prefiero a un general bien enterado de lo que pasa en su cuartel general con aire acondicionado. Si él lo tiene claro, sus órdenes están a la altura y todo es mucho más fácil.
La imagen que MacChrystal quería vender, –y tiene todo el derecho a tratar de vender una–, quizás pecaba por el lado de la agresividad. Él es un tipo duro, no un intelectual en el sentido militar del término. Su mayor aportación al curriculum del US Army es un nuevo tipo de arte marcial mixta que empezó siendo parte de su reforma del entrenamiento de los Ranger y ahora forma parte de lo que se enseña en la básica a todos los reclutas.
Es duro hasta el punto de lo Chuck Norris, una figura, –simpática por lo demás–, que parece haberse infiltrado en el imaginario de la cultura, incluso política, conservadora norteamericana de una manera que resulta preocupante. Yo no sé cómo se lo montará MacChrystal, o Chuck, o Dale Peterson, pero cuando yo duermo cuatro horas, como poco y corro mucho suelo estar de un humor de perros y generalmente poco atento a los detalles.
Y ya hemos quedado que no nos importa que el general se quede atrás mirando una pantalla, siempre que acierte con lo que ve. Pero oiga, no se trata de un general que ha pasado por las fuerzas especiales (Petraeus, como algún otro, también ha hecho el curso de Ranger), sino de un general de Fuerzas Especiales. Lo más corrientucho en lo que ha servido ha sido, quitando tres años en un batallón de infantería mecanizada, con los paracas. Su anterior mando, y donde hizo méritos para el estrellato, fue el Mando Conjunto de Operaciones Especiales (JSOC), parte de cuyos oscuros manejos, la conocida como Task Force Orange, se encargaba de la eliminación selectiva de terroristas en Irak.
Vamos, ese tipo de cosas que aparecen en los tebeos, así que a lo mejor él sí que sabe como montárselo viviendo como un asceta, porque es poco probable que comparta esa visión de que un general tenga que quedarse apoltronado pulsando botones. Desde luego su plana parece pensada para todo menos pulsar botones. Un combinado internacional de operativos de Fuerzas Especiales, un abogado y dos pilotos de caza son la gente en la que pretendía apoyarse para dirigir esta guerra. ¿Qué fue de la larga y exitosa tradición de logistas y organizadores norteamericanos?
Es como si hubiera que sobrecompensar con tipos como MacChrystal por todos esos humillantes comentarios sobre que ganaron a los nazis, (a los sudistas, a los alemanes del Kaiser, a los japos, a…) a base de producción industrial y logística que se leen en los libros, y ahora en los foros de Internet, de Historia Militar. Todos sabemos que, mal dicho, por un inglés por ejemplo, ese tipo de comentarios pueden ser muy hirientes para un ego precario.
MacChrystal, de hecho, hace todo lo posible por alejarse de una imagen remotamente intelectual, y su actitud hacia los compromisos de alto pasteleo diplomático, y el politiqueo, los aliados y los franceses en general son el tipo de cosas que seguramente hace reír a sus colaboradores y a esa porción, –mayoritaria, me temo–, de la población estadounidense a la que esperaba caerles en gracia. Y que ya piensa, como él, con una deliciosa ingenuidad infantil, que la guerra consiste en ir a por los malos y partirles la cara, parte fácil que, por lo demás, está más que dominada en su parte práctica. ¿Por qué entonces hay que perder el tiempo hablando, y además con gente que se supone que están de acuerdo con nosotros?
Lo de ser directo, sin pelos en la lengua, campechano, que los restaurantes y sitios sofisticados le parezcan “Gucci”, prefiera llevar a su señora a un MacDonalds y use la palabra gay, –aunque por otra parte, beber Bud Light Lime, su cerveza favorita que prefiere a un buen Burdeos, también es considerado bastante gay en muchas culturas que yo conozco–, para referirse a los ministros franceses parece pensado al detalle, –al detalle tipo manual de PsiOps de las FF.EE.–, para conectar con esa base de población de la que hablábamos más arriba.
Patton, –que también tubo algún encontronazo con la prensa, y que desde luego conectaba con esa America profunda–, podía ser el equivalente motomecanizado de su dureza, franqueza y mal hablar, pero no tenía ningún problema con un buen vino, un sofá mullidito y la cultura francesa y podía terminar el día citando a Polibio. De hecho, eso le daba un aire distinguido. Cuando no iba soltando tacos delante las señoras, quiero decir.
Las herramientas que MacChrystal ha tratado de usar para ganarse esos corazones y mentes son referencias, además de a Chuck, al imaginario del friki, ya crecido y registrado para votar, que se crió con Star Wars, –lo llaman Jedi Commander por ahí–, y las películas de Bruce Lee, que es a quien él cita al terminar el día. Los tiempos, supongo, cambian.
Las herramientas que MacChrystal ha tratado de usar para ganarse esos corazones y mentes son referencias, además de a Chuck, al imaginario del friki, ya crecido y registrado para votar, que se crió con Star Wars, –lo llaman Jedi Commander por ahí–, y las películas de Bruce Lee, que es a quien él cita al terminar el día. Los tiempos, supongo, cambian.
Por desgracia, y si MacChrystal hubiese sido realmente inteligente, –o sólo un poco más intelectual–, en lo tocante a las RR.PP. hubiera debido tenerlo previsto, mientras es cierto que diciendo cosas como esas seguramente uno podrá convertirse en senador vitalicio por alguna circunscripción de Alabama, es igual de probable que el público objetivo de Rolling Stone, –al menos el que lee las páginas de política–, no comparta ese entusiasmo.
Los nunchakus de MacChrystal.
Dorados y con su nombre y cuatro estrellas grabadas.
Personalmente, un poco horteras para mi gusto.
Dorados y con su nombre y cuatro estrellas grabadas.
Personalmente, un poco horteras para mi gusto.
(Foto de Mikhail Galustov para Rolling Stone/REDUX).
Kárate a muerte en el despacho oval
Así que, bueno, vale, el tipo lleva unos nunchakus en la mochila, –no sé en vuestros barrios, pero en el mío, el chaval de los nunchakus ha acabado siendo un adulto bastante siniestro–, pero, oye, cada uno tiene sus vicios, ¿no?
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Patton también llevaba unos Colts con empuñaduras de nacar cursis y horteras como la boca de un francés y mira, era un hacha pateando culos nazis, o Custer, que no tenía dos casacas iguales. Hay una parte de excentricidad que hasta puede venir bien a la imagen pública de un general, y su imagen puede, en un momento dado, proporcionar incluso ventajas intangibles e imposibles de cuantificar en un campo de batalla, o político.
Ahora mismo parece un poco tarde para empezar a cuestionarse el perfil curricular de los tipos que hemos puesto al mando del espectáculo y convertido en virreyes o, más propiamente, en los señores de la guerra mejor equipados del lugar. Cuando ellos mismos intentan mantener su perfil público al nivel del de protagonistas de cómics o películas de acción el resultado parece particularmente apropiado al nivel general al que se intenta mantener el discurso sobre la guerra en su conjunto.
Vietnam, una guerra, a pesar de las diferencias, que no se pone como ejemplo para esta lo suficiente, ya lo vio pasar. Los chicos de Fuerzas Especiales tienen tendencia a salirse de madre. No porque sean malos, sino por que el secretismo, de toda la vida, lo que engendra es impunidad.
Pero, volviendo a las tonterías. Si, como no deja de subrayar el artículo, su principal punto fuerte era ser un malote listo capaz de saber hasta donde podía llegar, con esta queda claro que, o no era realmente tan bueno en eso, o está perdiendo facultades con la edad, la falta de sueño y la mala alimentación.
Lo que es este bolo de RR.PP. le ha salido miserablemente mal. Si hubiese leído, perdón oído en su Ipod, algo más de Historia hubiese quizás sabido que son los Presidentes lo que la gente tiende a no cambiar en medio de una guerra, no los Comandantes. Todavía nadie ha despedido a su vicepresidente (entre otras cosas porque es constitucionalmente imposible).
Los comandantes, en cambio, pueden volar a una velocidad increíble, Lincoln cambió como media docena de veces de general antes de encontrar al que le funcionaba. Sin importar lo alto que estén, MacArthur aprendió también por las bravas que hasta él tenía un límite, o lo complicada que parezca la situación, Westmoreland, –aunque a él lo despidieron hacia arriba–, fue apeado en mitad de una guerra igual de complicada. Él también había cometido el error, –político–, de pedir más tropas.
Y MacChrystal ha sido cesado con la rapidez y contundencia con la que una GBU-12 chafa una boda afgana. Y a pesar de la sutileza ninja de su argumentación.
Son sus ayudantes los que dicen que el general se sintió decepcionado por el escaso dominio que el presidente demostró de la situación durante su primera entrevista. Son ellos los que tienen algo que decir, y poco bueno, sobre todo civil que trata de meter la cuchara en Afganistán, –excepto Hillary–, y son ellos los que hacen chistes sobre el vicepresidente, –que tenía su propia estrategia para Afganistán, de momento aparcada–, y a cuenta de tocarle las narices al cual MacChrystal ya había tenido un primer encontronazo con Obama. Esa fue la primera amarilla y el malote, por pasarse de listo, ha acabado comiéndose la segunda.
Hasta lo de gay es nada más que un chiste de colegas. Sus frases textuales reproducidas en el artículo son: una grosería, una declaración de amor hacia sus camaradas, (que un malpensado podría decir que roza el homoerotismo propio de otros grandes guerreros de antaño, los espartanos, los inmortales de Alejandro…), la letanía tipo curso de ventas que suelta a unos soldados sobre el terreno para explicarles el concepto y un adagio más propio de Cantinflas: “Afganistán confunde incluso a los afganos”. Toma, para el que quiera leer a Polibio.
Él no dice nada malo. Ni una palabra. Así que, ¿cómo se habrán dado cuenta de que estaba tratando de chantajear al gobierno para obtener una libertad de acción aún mayor en lo que ya era su feudo particular?
Es posible que volvamos a saber de él si supera su primer fracaso con el viejo truco del “mi amiga se gusta de ti y quiere saber si tú te gustas de ella”. Ha sobrevivido a grandes cagadas antes, aunque esta es la primera vez que lo despiden, pero ya se sabe que el listón de la incompetencia estaba bastante bajo durante la era Rumsfeld de la cual él es uno de los más caracterizados productos.
También puede ser que MacChrystal sepa a ciencia cierta después de mirar los números que no hay quien gane esta y quería que lo despachasen de modo que le permitiese optar a algún cargo político por el Partido Republicano, lo que sería realmente inteligente por su parte. Con estas cosas de presidentes y altos mandos, y secretarios y conjuras palaciegas, ya se sabe, al final uno nunca sabe muy bien quien es el más listo, si el que parece más tonto o el que parece más listo.
Obama, por su parte, se ha quitado de en medio a un general con tendencia a usar la prensa para tocarle las narices, –como cuando lo del envió de más tropas–, y de paso ha puesto a Petraeus, –otro Rumsfeld boy pero con fama de bombero–, al cargo de una guerra que, por si alguien no lo tenía claro, está jodida de ganar.
Ahora Petraeus, –al que ya se ha rumoreado como presidenciable republicano–, tiene una papeleta simpática. Puede repetir el milagro iraquí en una guerra imposible, –y aunque visto lo visto está crudo, también Irak parecía crudo cuando él llegó–, dándole a Obama la reelección casi en auto, o puede hundirse con todo el equipo, y quitarle de en medio el único rival serio en perspectiva para 2012, y de paso justificarle para hacer con la guerra de Afganistán lo que le apetezca.
En última instancia la defenestración del máximo representante del tipo de gente a la que se ha puesto al mando de la Guerra contra el Terrorismo, a pesar de que el público haya aceptado de forma bastante acrítica, –excepto la ocasional denuncia en los medios de entretenimiento de masas que al final son su principal publicidad–, sus métodos envueltos en la comodidad de la impunidad que engendra el secretismo que les rodeó durante la anterior administración, –y sin que la actual esté precisamente cuestionándolos–, es una buena noticia. Una de las pocas en el plano moral de esta guerra.
Algo es algo.
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Imagen de cabeza: El General MacChrystal trabajando a bordo de un C-130 en vuelo sobre Afganistán. Foto del Petty Officer 1st Class Mark O'Donald. US NAVY/OTAN via Rolling Stone.
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